"No tomarás el nombre de Dios en vano"
El segundo mandamiento de la ley de Dios se cumple honrando el nombre de Dios (y todo lo que a Él haga referencia).
¿Quién de nosotros, oyendo hablar mal del nombre de su madre o de su padre, no sentiría indignación y enfado?
¿Te has fijado en la alegría que sienten los padres de un niño la primera vez que el pequeño dice “papá” y “mamá”, la primera vez que pronuncia sus nombres?
Parece que el niño naciera verdaderamente cuando empieza a hablar y que tomara posesión del mundo cuando empieza a llamar por su nombre a las cosas, aunque lo haga tartamudeando.
¿No es verdad que, ya de grandes, cuando saludamos a alguien y le decimos nuestro nombre, es como si al decir nuestro nombre, le entregamos nuestra amistad y nuestra persona? Detrás del nombre está la persona, está tu persona.
Pues así en el mundo de lo religioso, Dios ha querido que hables con Él de tú a tú; ha querido que puedas conocerle y llamarle por su nombre: Dios. Dios Padre, Dios Hijo en Jesucristo, Dios Espíritu Santo.
Al decir ciertos nombres, ¿no es verdad que sentimos una oleada de ternura en el corazón? Al decir “Dios” deberíamos sentir un profundo sentimiento de cariño en lo más profundo de nuestro ser. Sólo el escuchar este dulce nombre deberías sentir una gran paz, alegría, gozo y fuerza.
En el Padrenuestro, ¿cuál es la primera petición que hacemos a Dios? “Santificado sea tu nombre”.
El nombre de Dios es tan “Santo” que los israelitas no se atrevían ni siquiera a pronunciarlo y usaban todo tipo de circunloquios o rodeos: Dios era “el Señor”, o “el todopoderoso” o “Aquel que nadie ha visto” o “El que está en los cielos” o “Aquel cuyo nombre es santo”, “El que es”. Y todo, por el respeto que sentían por Dios.
Dios es santo, y su nombre lo es porque el nombre representa a la persona: hay una relación íntima entre la persona y su nombre, como la hay entre el país, su gobierno y el embajador que lo representa. Cuando se honra o menosprecia a un embajador, se honra o menosprecia al país que representa. Igualmente, cuando nombramos a Dios, no debemos pensar simplemente en unas letras, sino en el mismo Dios, Uno y Trino. Por eso hemos de santificar su nombre y pronunciarlo con gran respeto y reverencia.
San Pablo, por ejemplo, afirma que al pronunciar el nombre de Jesús se dobla toda rodilla en la tierra, en el cielo y en los infiernos (cfr. Fil. 2, 10).
Los milagros más grandes se han hecho en nombre de Jesús: En el nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda (Hechos 3, 1-7).
Los ángeles y los santos en el cielo alaban continuamente el nombre de Dios, proclamando: Santo, Santo, Santo.
Nosotros mismos pedimos en el Padrenuestro: Santificado sea tu nombre y hemos de esforzarnos para que el nombre de Dios sea glorificado en toda la tierra.
¿Qué nos ordena el segundo mandamiento?
¿Qué nos ordena el segundo mandamiento?
El segundo mandamiento - "No tomarás el nombre de Dios en vano" - nos manda respetar el nombre del Señor, de testimoniarlo profesando nuestra fe sin ceder al miedo, y de cumplir los juramentos y las promesas hechas a los otros en el nombre de Dios.
¿Qué nos prohíbe el segundo mandamiento?
El segundo mandamiento nos prohíbe ante todo la blasfemia, que es objetivamente un pecado gravísimo. Nos prohíbe además pronunciar el santo nombre de Dios, como el de Jesucristo, de la Bienaventurada Virgen y de los Santos, con ira, con desprecio o de otro modo irreverente.
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